jueves, 5 de julio de 2007

Paseo Nocturno


“Ni siquiera me percaté de que no había farolas en el camino”

Caminé por el sendero de tierra que llevaba al cementerio sin prisa. En una situación normal ni siquiera me habría atrevido ha acercarme allí plena luz del día. Me aterrorizaba todo lo relacionado con los muertos desde que mi abuela falleció cuando cumplí los ocho años. Yo creía que que ella estaba dormida en la butaca y le llame una y otra vez intentando en vano despertarla de mi sueño eterno. Desde eso momento dejé de visitar el cementerio, algo que hacía antes con mi mencionada abuela.

El camino cada vez era más oscuro ya que a ambos lados solo había campos de olivos y las únicas luces que alumbraban el camino eran las del pueblo del cual me alejaba cada vez más y más. Fue al llegar a un tramo del sendero totalmente oscuro cuando me di cuenta de que me dirigía hacia el cementerio.
Mi primer pensamiento fue dar la vuelta y volver al pueblo pero cambié de idea apenas había caminado unos pasos. ¿Qué me esperaba en casa? Las peleas de mis padres, la indiferencia de mi hermana, los inutiles consejos de mi hermano y la mirada triste de mi hermana gemela por encima de las hojas del libro que estuviera leyendo. No, no quería volver a casa, al menos no en ese momento.

Volví a caminar despacio hacia el campo santo que se encontraba a unos ocho kilometros del pueblo en dirección noroeste. El camino era cada vez más oscuro, sin luz, tropecé un par de veces y caí más de una vez al suelo haciendome daño en la mano derecha, la que no podía cerrar por mi anterior bajada por la tubería.

Al cabo de un par de minutos, cuando comenzaba a pensar que sería mejor dar media vuelta y volver a casa, divisé a lo lejos los muros blancos del cementerio, con su cancela coronada por dos ángeles que soportaban una cinta en la que ponía “Hacia el reino de los cielos”. Realmente me alegré de llegar ya que la luz del cementerio volvía a iluminar el camino ayudandome a no tropezar de nuevo.

Llegué a la cancela y observé los ángelitos. Nunca me gustaron, parecían desear la muerte de todos los que cruzaban esa puerte. Me aterrorizaban en cierta medida.

Empujé la cancela y entré a un recinto techado en el que solo se hayaba una tumba, la de la primera persona enterrada en el cementerio, un cura que había muerto en tierra santa, el padre David Miguez. La primera vez que entré allí le pregunté a mi abuela si ella conocía a ese hombre y me dijo que no, pero que su familia aun vivía en el pueblo.

Me dirijí hacia el exterior, hacia el centro del cementerio. Algunas tumbas estaban en tierra y las otras en esos muros blancos que siempre me parecieron fosas comunes. Caminé entre ellas para visitar la tumba de mi abuela. La luz de las farolas diseminadas por el campo santo lumbraban debilmente algunas tumbas cruyas inscripciones reconocía. Caminé entre lápidas de personas con las que había compartido mi vida, desde familiares hasta vecinos.

Apenas me quedaban un par de metros para llegar cuando recordé algo que me hizo cambiar de rumbo y dirijirme hacia las tumbas que estaban en tierra. Me acerqué a una de ellas, la que tenía una cruz con un pájaro posado encima, y pasé la mano por la lápida descubriendo una inscripción que en su tiempo me aterrorizó.

Lucía Ruiz Blanco
Fallecida el 4/6/65 a la edad de 7 años
Tus padres y hermano no te olvidarán.

Siempre me había llamado la atención esa tumba, la tumba de una criatura de siete años. Me imaginaba mil formas de justificar su fallecimiento a cada cuál más dolorosa y sangrienta que la anterior. Con el tiempo dejé de tenerle miedo a esa tumba y la visitaba cada vez que iba al cementerio. Una vez incluso le dejé una muñeca de trapo de mi hermana.

Me senté delante de la tumba. La muñeca no estaba alguien la habría quitado, hacía tanto que iba allí... Acaricié la piedra con la mano y fui subiendo hasta la cruz y el pájaro. Era la tumba más bonita del cementerio. Mi favorita.
Me quedé un rato en silencio observando la tumba y luego comencé a hablar con la pequeña Lucía sobre mi vida. Le conté mis preocupaciones y mis problemas. No sabía porqué pero me sentía liberado hablando con esa pequeña muerta desde hacía años. Incluso me parecía escucharle contestar a mis preguntas. Calmar mis miedos.

Creo que me dormí porque a la mañana siguiente desperté sobre la tumba de Lucía. No había nadie en el cementerio y estaba empezando a amanecer de modo que corrí volviendo a casa. Pero algo me lo impidió. La verja del cementerio estaba cerrada con llave y yo atrapado en el santuario de los muertos.

"Lo mejor de la vida es el pasado, el presente y el futuro" Pier Paolo Pasolini
[FIN]

1 comentario:

Anónimo dijo...

Menuda nochecita has relatado. Soledad, desgana, tumbas, quedarse atrapado en un cementerio... Menuda depre. Pobrecillo tu personaje, qué cosas le haces pasar.