martes, 10 de julio de 2007


Desciende un ángel

Capitulo uno.

Nunca me habría imaginado que la misión por la cual debería haber obtinido mis alas me costase mi inmortalidad y mi condición. Pues, ¿qué era lo que tenia que hacer? Devolverle las ganas de vivir a un chico de dieciseis años. ¿Qué tenía de complicada esa misión? Nada. Muestrale los placeres de la carne y un buen libro de ciencia ficción y recobrará las ganas de vivir con una rapidez que asombraría incluso al Altísimo.

Llevaba muerto noventa años y aún no había conseguido mis alas. Por lo general se tanda entre veinte y treinta años en conseguirlas, según tus misiones y tus buenas obras en vida. Mi vida había sido un verdadero desastre. Mis padres habían muerto cuando yo tenía quince años y comencé a moverme en malos ambientes, abandone a mis hermanas pequeñas, Elena y Noemí, y acabé tirado en un callejón de la ciudad, rodeado de vagabundos y drogadictos. Fallecí por una puñalada en el hígado recibida durante un pelea callejera. Tenía dieciocho años, la edad que aparentaré eternamente.
Mis misiones tampoco me han servido para conseguir mis alas. Cuando me convertí en un ángel mi actitud no cambió demasiado a cuando era un joven humano, seguía intentando librarme de todo lo que me encomendaban y en noventa años realicé la mitad de los trabajos que debería de haber realizado. Recuerdo que quise escaparme de este, pero me prometieron las alas si lo completaba y me pareció realmente sencillo devolverle las ganas de vivir a un crío.

¡Cuán equivocado estaba! Si me hubiese parado un instante para analizar la situación de ese chico no habría aceptado jamás esa misión. Quizás devolverle las ganas de vivir a un adolescente normal era sencillo pero ese chico no era un adolescente normal. Su familia estaba rota, destrozada más bien, y esas personas a las que llamaba amigos se la jugaban cada vez que les daba la espalda. Solo unos pocos le guardaban verdadero cariño y, aunque pocos, eran realmente admirables.
Claro que, también es cierto, que si me hubiera negado a realizar aquella tarea nunca habría llegado a experimentar el sentimiento que nunca pude sentir en vida. Pero ahora se me daba otra oportunidad para encontrarlo, sentirlo y disfrutarlo aunque fuera brevemente.

Respecto a mi misión el chico al que debía custodiar hasta cumplirla era un adolescentes con más problemas que años. Sus padres estaban divorciados, su padre se había casado y había tenido un hijo con su nueva esposa al que no le permitía ver ya que le consideraba una mala influencia para el bebé.
Por otra parte su madre se acababa de casar con un hombre que atormentaba al chico y a su hermano pequeño al que pretendía mandar a un internado mientras colmaba de gloria a su hijo, de la misma edad que mi protegido. Los amigos eran otro tema. La mayoría le despreciaban y él era consciente de ello y sufría en un silencio roto por el consuelo de sus tres únicos verdaderos amigos: Nekane, Antonio e Israel.
El día que me encomendaron la misión el chico había intentado suicidarse tragandose un bote de pastillas, somniferos al parecer, y había sido ingresado en uno de los hospitales de la ciudad donde le habían hecho un lavado de estomago y donde se encontraba, ya fuera de peligro.
Y la ciudad de destino no era otra que la que me había visto nacer, crecer y morir: Sevilla.

Eso fue lo que me dio el último empujón para aceptar, volver a ver mi ciudad, sus calles oscuras, su resplandeciente catedral, sus fuentes, sus palacios, los jardines, el río. Quería visitar mi tumba y la de mis hermanas, saber que había sido de ellas, cuando habían muerto y porque causa ya que al morir se me negó toda información de ellas.De este modo y con estos deseos más humanos que divinos me dirijí a cumplir la misión que marcaría mi eternidad como nada lo llegó a marcar en vida.

jueves, 5 de julio de 2007

Paseo Nocturno


“Ni siquiera me percaté de que no había farolas en el camino”

Caminé por el sendero de tierra que llevaba al cementerio sin prisa. En una situación normal ni siquiera me habría atrevido ha acercarme allí plena luz del día. Me aterrorizaba todo lo relacionado con los muertos desde que mi abuela falleció cuando cumplí los ocho años. Yo creía que que ella estaba dormida en la butaca y le llame una y otra vez intentando en vano despertarla de mi sueño eterno. Desde eso momento dejé de visitar el cementerio, algo que hacía antes con mi mencionada abuela.

El camino cada vez era más oscuro ya que a ambos lados solo había campos de olivos y las únicas luces que alumbraban el camino eran las del pueblo del cual me alejaba cada vez más y más. Fue al llegar a un tramo del sendero totalmente oscuro cuando me di cuenta de que me dirigía hacia el cementerio.
Mi primer pensamiento fue dar la vuelta y volver al pueblo pero cambié de idea apenas había caminado unos pasos. ¿Qué me esperaba en casa? Las peleas de mis padres, la indiferencia de mi hermana, los inutiles consejos de mi hermano y la mirada triste de mi hermana gemela por encima de las hojas del libro que estuviera leyendo. No, no quería volver a casa, al menos no en ese momento.

Volví a caminar despacio hacia el campo santo que se encontraba a unos ocho kilometros del pueblo en dirección noroeste. El camino era cada vez más oscuro, sin luz, tropecé un par de veces y caí más de una vez al suelo haciendome daño en la mano derecha, la que no podía cerrar por mi anterior bajada por la tubería.

Al cabo de un par de minutos, cuando comenzaba a pensar que sería mejor dar media vuelta y volver a casa, divisé a lo lejos los muros blancos del cementerio, con su cancela coronada por dos ángeles que soportaban una cinta en la que ponía “Hacia el reino de los cielos”. Realmente me alegré de llegar ya que la luz del cementerio volvía a iluminar el camino ayudandome a no tropezar de nuevo.

Llegué a la cancela y observé los ángelitos. Nunca me gustaron, parecían desear la muerte de todos los que cruzaban esa puerte. Me aterrorizaban en cierta medida.

Empujé la cancela y entré a un recinto techado en el que solo se hayaba una tumba, la de la primera persona enterrada en el cementerio, un cura que había muerto en tierra santa, el padre David Miguez. La primera vez que entré allí le pregunté a mi abuela si ella conocía a ese hombre y me dijo que no, pero que su familia aun vivía en el pueblo.

Me dirijí hacia el exterior, hacia el centro del cementerio. Algunas tumbas estaban en tierra y las otras en esos muros blancos que siempre me parecieron fosas comunes. Caminé entre ellas para visitar la tumba de mi abuela. La luz de las farolas diseminadas por el campo santo lumbraban debilmente algunas tumbas cruyas inscripciones reconocía. Caminé entre lápidas de personas con las que había compartido mi vida, desde familiares hasta vecinos.

Apenas me quedaban un par de metros para llegar cuando recordé algo que me hizo cambiar de rumbo y dirijirme hacia las tumbas que estaban en tierra. Me acerqué a una de ellas, la que tenía una cruz con un pájaro posado encima, y pasé la mano por la lápida descubriendo una inscripción que en su tiempo me aterrorizó.

Lucía Ruiz Blanco
Fallecida el 4/6/65 a la edad de 7 años
Tus padres y hermano no te olvidarán.

Siempre me había llamado la atención esa tumba, la tumba de una criatura de siete años. Me imaginaba mil formas de justificar su fallecimiento a cada cuál más dolorosa y sangrienta que la anterior. Con el tiempo dejé de tenerle miedo a esa tumba y la visitaba cada vez que iba al cementerio. Una vez incluso le dejé una muñeca de trapo de mi hermana.

Me senté delante de la tumba. La muñeca no estaba alguien la habría quitado, hacía tanto que iba allí... Acaricié la piedra con la mano y fui subiendo hasta la cruz y el pájaro. Era la tumba más bonita del cementerio. Mi favorita.
Me quedé un rato en silencio observando la tumba y luego comencé a hablar con la pequeña Lucía sobre mi vida. Le conté mis preocupaciones y mis problemas. No sabía porqué pero me sentía liberado hablando con esa pequeña muerta desde hacía años. Incluso me parecía escucharle contestar a mis preguntas. Calmar mis miedos.

Creo que me dormí porque a la mañana siguiente desperté sobre la tumba de Lucía. No había nadie en el cementerio y estaba empezando a amanecer de modo que corrí volviendo a casa. Pero algo me lo impidió. La verja del cementerio estaba cerrada con llave y yo atrapado en el santuario de los muertos.

"Lo mejor de la vida es el pasado, el presente y el futuro" Pier Paolo Pasolini
[FIN]

lunes, 2 de julio de 2007

Paseo nocturno


Paseo nocturno.

Capitulo uno.



"Caminé entre lápidas de mármol de personas con las que había compartido mi vida"





No recuerdo gran cosa de esa noche solo que estabamos a finales de agosto ya que la feria del pueblo acababa de terminar. En ese tiempo yo era un pre-adolescente de quince años que vivía en un pueblo de la sierra entre Sevilla y Cádiz conocido por los romanos como Orippo.Era tarde y hacía tiempo que había marchado a mi cuarto para dormir, sin embargo me desperté en mitad de la noche con los ruidos de una nueva discusión de fondo.





Mis padres discutían a menudo sobre todo cuando mi hermana mayor no estaba en casa y creían que mi hermana melliza y yo estabamos dormidos. Y de hecho ella lo estaba, al menos eso creo, cuando se despertaba solía venir a mi cuarto para dormir conmigo pero esa noche no estaba allí. La habitación estaba a oscuras y no se escuchaba nada aparte de la acalorada discusión de mis progenitores.





Me quedé tumbado en la cama intentando escuchar la pelea pero las voces no llegaban a mi con precesión y acabé saliendo de la habitación y sentandome en el sofá que tenemos en la parte superior de la casa para ver una pequeña televisión bastante antigua que ninguno de los cuatro, ni mi hermano mayor, ni mis hermanas, ni yo mismo, utilizamos. Desde allí escuchaba con claridad las voces de mis padres discutiendo por lo de siempre: las deudas, las salidas nocturnas de mi padre y sus continuas conversaciones con amantes cibernéticas. Nada diferente a lo que estaba acostumbrado.





Apenas unos minutos después de haber salido de la habitación escuché cerrarse la puerta del dormitorio de mis padres con un tremendo portazo que debió despertar incluso a los vecinos. Me asomé a la barandilla que da al patio techado de la casa y pude ver a mi padre dirijirse hacia las escaleras que subían al piso superior. Por desgracia él también me vió a mi.





-¿Qué haces despierto?


-No podía dormir.


-Vuelve a la cama.





Parecía realmente enfadado. Por lo general mi padre y yo nos ignorabamos mutuamente desde que cumplí los doce años y empecé a ser justo lo contrario a lo que él esperaba de mi. Tampoco se hablaba con mis otros hermanos, unicamente se llevaba bien con María, tan juergista como él. Pero, como iba diciendo, esta vez parecía bastante enfadado así que me metíe en mi cuarto y cerré la puerta escuchando como cerraba él la del cuarto de invitados.





Mis padres deberían divorciarse pero no lo harán. Una vez mi madre nos preguntó que pasaría si se divorciara de mi padre y mi hermana Elena le dijo que ella se traumatizaría. A mi me daba igual que se divorciaran y me sigue dando igual, ella tiene razones y además por eso no dejarían de ser mis padres. Sin embargo no le dije que no me importara, a decir verdad nunca se lo he dicho.





Me volví a tumbar en la cama pero no podía dormir. Escuchaba en mi cabeza a mis padres discutiendo y recordé una de las conversaciones de mi padre y su amante que yo había leido una vez en el ordenador.





"¿Por qué no te divorcias?"


"¿Para qué? Tengo un matrimonio, sexo, cuatro hijos...una vida perfecta"





En ese momento me quedé impresionado y fui a contarselo a mi madre, pero ella me dijo que también la había leido. Me pregunté si no le importaba pero supuse que si a ella no le importaba a mi tampoco debía importarme. Ahora se que estaba equivocado. Mi padre solo era un hijo de puta que se aprovechaba de mi madre.





Me era imposible dormir con esos pensamientos rondandome la cabeza así que decidí salir al balcón. La verdad es que la casa en la que vivía era preciosa. No me importaba vivir en un pueblo alejado de la mano de Dios porque mi casa era una maravilla, una casa francesa restaurada, de techos altos con vigas de madera y grandes bancones con ventanales. En mi habitación había dos balcones uno que daba a una calle y otro que daba a la otra ya que la casa ocupaba una esquina.





Hacía bastante frío, algo que me sorprendió, debido a que soplaba una suave brisa. Me apoyé en la barandilla y observé la calle, oscura y en silencio, y los montes que se veían desde allí. La verdad es que el pueblo era una maravilla.De repente y sin explicación alguna decidí salir de casa, dar una vuelta para refrescarme y dejar de pensar en ese cabrón que tenía como padre de modo que me vestí con unos vaqueros y una camisa negra y abrí la puerta del cuarto. Sin embargo me arrepentí apenas toqué el pomo. Si salía por la puerta mi padre o mi madre podrían escucharme. Volví al balcón y miré al suelo. Solo podía salir de allí deslizandome por la tubería. No era la primera vez que lo hacía pero, la última vez, me rajé parte de la mano cuando decidí escapar de un injusto castigo.





Cuando llegué al suelo me alegré de no haberme rajado de nuevo la mano, que no podía cerrar bien debido a la herida, pero si tenía los brazos bastante doliridos y un grave problema para volver a entrar en la casa aunque eso no me preocupó en ese momento.





Caminé hacia la parte nueva del pueblo. Pensé en ir hasta una parcela con una piscina que tenemos de modo de me dirijí hacia ella sin pensarmelo demasiado. La calle estaba vacía y solo algunas farolas alumbraban. Tardé poco tiempo en llegar a la parcela, pero me apetecía seguir andando así que cogí el camino de tierra que llevaba hacia el cementerio y continué con mi paseo mientras pensaba en mi asquerosa vida y en todo lo que había tenido que soportar mi madre de ese canalla.Ni siquiera me percaté de que ya no había farolas por el camino.





"Pasé la mano por una de las piedras blancas descubriendo una inscripción que me aterrorizó"

Violencia homofoba


Tenía ensayo con el grupo que tengo con unos amigos y me era imposible decir que no podía ir porque me lapidarían con sus propias manos si faltaba a un ensayo, así que me despedí de mi tios y mis padres, les dije que no comería en casa y cogí el bus de las cuatro con destino Plaza de Armas.Era la segunda vez que cogía el autobus de ese barrio y me sentía un poco nervioso por lo que pudiera pasar ya que, el día anterior, había tenido ciertos problemas que intentaba olvidar.

Tardo media hora en llegar a Plaza de Armas así que fui leyendo las canciones para aprenderme la letra de algunas que aún no sabía y para asegurarme de que me sabía otras. La verdad es que fui muy tranquilo durante todo el viaje y me bajé en Plaza de Armas con el tiempo justo para llegar al Prado de San Sebastian y cojer el bus que me lleva al barrio de mis amigos.
Tarde media hora en llegar al barrio y fui a casa de mi amigo para poder ensayar.

Todo iba muy bien, ensayamos unas dos o tres horas, y a las ocho y media cogí el bus de nuevo para volver a Sevilla y realicé el mismo camino, Prado, Plaza de Armas y bus de vuelta.El día anterior tuve una esperiencia bastante mala al cojer el autobus ya que unos chicos, tres exactamente, algo más mayores que yo me insultaron pero no pasó de eso, insultos, así que me aseguré de no cojer el autobus a la misma hora que el día anterior y me monté sin dejar de repasar las canciones que me habían entregado en el ensayo.

Imaginad mi sorpresa al ver que, al final del autobus, estaban mis tres conocidos junto a tres amigos. Siguiendo los consejos de amigos a los que les conté lo ocurrído anteriormente me senté delante del autobús, sin echar cuenta de ellos, y comencé a leer.


No ocurrió nada durante el trayecto y mi parada estaba cerca. Me levanté y me dirigí hacia la salida sin mirar al grupo de chicos, pulse el botón de parada y bajé del bus cuando se abrieron las puertas. Me dí cuenta de que me habían seguido al bajar así que aceleré el paso. Serían cerca de las diez y tenía que pasar por una zona enorme de obras, sin nadie. Caminé sin pararme al llegar a las obras noté una mano en mi hombro que tiró de mi hacia atras, impidiendome caminar.

-Esperate, hombre, que queremos hablar contigo.
-Lo siento, es que tengo prisa.


Intenté seguir caminando pero me volvió a cojer, esta vez del brazo.


-Te he dicho que te esperes, marica, y si te digo que te esperes te esperas y punto.


Sentí que me golpeaba la rodilla por la parte de atras y caí al suelo. No les veía porque estaba de espaldas y, al caer, me había hecho muchísimo daño en las manos, una de ellas incluso sangraba un poco. Me incorporé y me golpearon de nuevo, esta vez en el labio, abriendome los puntos que tengo desde pequeño. Sangraba, me dolía muchisimo y era incapaz de escuchar sus insultos, aunque si era capaz de sentir sus golpes.
Finalmente, el que me había parado me cogió del pelo obligandome a levantar la cabeza.

-Ya nos veremos otro día, maricona.


Me soltó y me quedé quieto en el suelo, sin moverme. Ellos se fueron pero yo era incapaz de mover un musculo. Me dolían muchisimo las piernas y dudaba que pudiera ponerme en pie en un buen rato, me había quedado sin aliento y estaba lleno de sangre.No había nadie por la calle y la mochila, con el móvil estaba a un metro de mi.Me quedé tumbado durante un rato, mirando al cielo, intentando no llorar. Al rato escuché el móvil. Me arrastré un poco y lo cogí pero me negué a devolverle el toque a mi chico, en parte porque me sentía avergonzado por lo que había pasado. Me incorporé y llamé a mi padre.


-¿Donde estás?
-En la obra. Ven a por mi, me duele la pierna mucho, no puedo andar.


Colgué y me tumbé. Esperé a mi padre unos diez minutos. Él me levantó, me metió en el coche y me llevó al ambulatorio donde me cosieron el labio y me curaron los hematomas.Nunca le había contado a mi padre mis inclinaciones más que por miedo, por pena hacía su persona, pero esa vez no tenía remedio. Justo el día anterior había estado hablando con unos amigos, incluido mi chico, de como contarselo y esta situación me pareció la peor, pero era la única que tenía.


No me dijo nada. Se quedó callado. Me llevó a casa y se comenzó a vestir para salir. Yo me conecté pero no quería contarle a mi chico nada delante de mi padre así que esperé a que este se fuera, pero para entonces también él se había ido a dormir.Se lo conté a unas amigas que, furiosas, me aconsejarob contarselo a mi madre, a mi novio y poner, seguidamente una denuncia. Pero, ¿cómo pongo una denuncia a alguien que no conozco?

Me derrumbé en la cama, pensando en todo lo que había pasado, me dolía todo el cuerpo y no podía hablar con nadie a quien realmente le importara mi situación.
Os aseguro que es el momento en el que me he sentido más solo.

domingo, 1 de julio de 2007

Inolvidable


No era un día como los demás. Desde muy de mañana la ausencia total de sol, el cual cubierto por las nubes aparécía en contadas ocasiones con algún débil rayo de luz que iluminaba la ciudad,daba a entender que ese día era uno de esos días espeiales que se graban a fuego en tu mente según pasan los años, un día de los que son dificiles de olvidar.


Desde el alba, cuando el sol rompía la oscuridad de la noche con sus rayos que pronto quedarían ocultos por las grises nubes que amenazaban tormenta, caminaba yo por las calles de esta ciudad en la que nací, crecí y moriré con el orgullo que me conlleva estos hechos que nunca cambiaría ni por un millón de años de vida, ni por cumplir mi más anhelado sueño, quizás ni siquiera por tí.


Caminé durante horas por calles que no conocía, que se alejaban cada vez más de la explendorosa ciudad en la que me encontraba, calles que cruzaban el río, que seguían más allá del Aljarafe. Recorrí callejones oscuros, en sombras y amplias avenidas que no recordaba que existieran. Caminé y caminé durante horas, días, meses y años y llegué a un lugar en el que no había más que sombras y tinieblas rodeando un jardín de rosas negras en el que caí rendida. Las espinas se clavaban en mi piel de una manera que me pareció dulce y mi sangre recorría mi piel, tiñendola del rojo de la vida eterna, de la vida que se escapaba de mi en este día que nunca podré olvidar.