Desciende un ángel
Capitulo uno.
Nunca me habría imaginado que la misión por la cual debería haber obtinido mis alas me costase mi inmortalidad y mi condición. Pues, ¿qué era lo que tenia que hacer? Devolverle las ganas de vivir a un chico de dieciseis años. ¿Qué tenía de complicada esa misión? Nada. Muestrale los placeres de la carne y un buen libro de ciencia ficción y recobrará las ganas de vivir con una rapidez que asombraría incluso al Altísimo.
Llevaba muerto noventa años y aún no había conseguido mis alas. Por lo general se tanda entre veinte y treinta años en conseguirlas, según tus misiones y tus buenas obras en vida. Mi vida había sido un verdadero desastre. Mis padres habían muerto cuando yo tenía quince años y comencé a moverme en malos ambientes, abandone a mis hermanas pequeñas, Elena y Noemí, y acabé tirado en un callejón de la ciudad, rodeado de vagabundos y drogadictos. Fallecí por una puñalada en el hígado recibida durante un pelea callejera. Tenía dieciocho años, la edad que aparentaré eternamente.
Mis misiones tampoco me han servido para conseguir mis alas. Cuando me convertí en un ángel mi actitud no cambió demasiado a cuando era un joven humano, seguía intentando librarme de todo lo que me encomendaban y en noventa años realicé la mitad de los trabajos que debería de haber realizado. Recuerdo que quise escaparme de este, pero me prometieron las alas si lo completaba y me pareció realmente sencillo devolverle las ganas de vivir a un crío.
¡Cuán equivocado estaba! Si me hubiese parado un instante para analizar la situación de ese chico no habría aceptado jamás esa misión. Quizás devolverle las ganas de vivir a un adolescente normal era sencillo pero ese chico no era un adolescente normal. Su familia estaba rota, destrozada más bien, y esas personas a las que llamaba amigos se la jugaban cada vez que les daba la espalda. Solo unos pocos le guardaban verdadero cariño y, aunque pocos, eran realmente admirables.
Claro que, también es cierto, que si me hubiera negado a realizar aquella tarea nunca habría llegado a experimentar el sentimiento que nunca pude sentir en vida. Pero ahora se me daba otra oportunidad para encontrarlo, sentirlo y disfrutarlo aunque fuera brevemente.
Respecto a mi misión el chico al que debía custodiar hasta cumplirla era un adolescentes con más problemas que años. Sus padres estaban divorciados, su padre se había casado y había tenido un hijo con su nueva esposa al que no le permitía ver ya que le consideraba una mala influencia para el bebé.
Por otra parte su madre se acababa de casar con un hombre que atormentaba al chico y a su hermano pequeño al que pretendía mandar a un internado mientras colmaba de gloria a su hijo, de la misma edad que mi protegido. Los amigos eran otro tema. La mayoría le despreciaban y él era consciente de ello y sufría en un silencio roto por el consuelo de sus tres únicos verdaderos amigos: Nekane, Antonio e Israel.
El día que me encomendaron la misión el chico había intentado suicidarse tragandose un bote de pastillas, somniferos al parecer, y había sido ingresado en uno de los hospitales de la ciudad donde le habían hecho un lavado de estomago y donde se encontraba, ya fuera de peligro.
Y la ciudad de destino no era otra que la que me había visto nacer, crecer y morir: Sevilla.
Eso fue lo que me dio el último empujón para aceptar, volver a ver mi ciudad, sus calles oscuras, su resplandeciente catedral, sus fuentes, sus palacios, los jardines, el río. Quería visitar mi tumba y la de mis hermanas, saber que había sido de ellas, cuando habían muerto y porque causa ya que al morir se me negó toda información de ellas.De este modo y con estos deseos más humanos que divinos me dirijí a cumplir la misión que marcaría mi eternidad como nada lo llegó a marcar en vida.
Capitulo uno.
Nunca me habría imaginado que la misión por la cual debería haber obtinido mis alas me costase mi inmortalidad y mi condición. Pues, ¿qué era lo que tenia que hacer? Devolverle las ganas de vivir a un chico de dieciseis años. ¿Qué tenía de complicada esa misión? Nada. Muestrale los placeres de la carne y un buen libro de ciencia ficción y recobrará las ganas de vivir con una rapidez que asombraría incluso al Altísimo.
Llevaba muerto noventa años y aún no había conseguido mis alas. Por lo general se tanda entre veinte y treinta años en conseguirlas, según tus misiones y tus buenas obras en vida. Mi vida había sido un verdadero desastre. Mis padres habían muerto cuando yo tenía quince años y comencé a moverme en malos ambientes, abandone a mis hermanas pequeñas, Elena y Noemí, y acabé tirado en un callejón de la ciudad, rodeado de vagabundos y drogadictos. Fallecí por una puñalada en el hígado recibida durante un pelea callejera. Tenía dieciocho años, la edad que aparentaré eternamente.
Mis misiones tampoco me han servido para conseguir mis alas. Cuando me convertí en un ángel mi actitud no cambió demasiado a cuando era un joven humano, seguía intentando librarme de todo lo que me encomendaban y en noventa años realicé la mitad de los trabajos que debería de haber realizado. Recuerdo que quise escaparme de este, pero me prometieron las alas si lo completaba y me pareció realmente sencillo devolverle las ganas de vivir a un crío.
¡Cuán equivocado estaba! Si me hubiese parado un instante para analizar la situación de ese chico no habría aceptado jamás esa misión. Quizás devolverle las ganas de vivir a un adolescente normal era sencillo pero ese chico no era un adolescente normal. Su familia estaba rota, destrozada más bien, y esas personas a las que llamaba amigos se la jugaban cada vez que les daba la espalda. Solo unos pocos le guardaban verdadero cariño y, aunque pocos, eran realmente admirables.
Claro que, también es cierto, que si me hubiera negado a realizar aquella tarea nunca habría llegado a experimentar el sentimiento que nunca pude sentir en vida. Pero ahora se me daba otra oportunidad para encontrarlo, sentirlo y disfrutarlo aunque fuera brevemente.
Respecto a mi misión el chico al que debía custodiar hasta cumplirla era un adolescentes con más problemas que años. Sus padres estaban divorciados, su padre se había casado y había tenido un hijo con su nueva esposa al que no le permitía ver ya que le consideraba una mala influencia para el bebé.
Por otra parte su madre se acababa de casar con un hombre que atormentaba al chico y a su hermano pequeño al que pretendía mandar a un internado mientras colmaba de gloria a su hijo, de la misma edad que mi protegido. Los amigos eran otro tema. La mayoría le despreciaban y él era consciente de ello y sufría en un silencio roto por el consuelo de sus tres únicos verdaderos amigos: Nekane, Antonio e Israel.
El día que me encomendaron la misión el chico había intentado suicidarse tragandose un bote de pastillas, somniferos al parecer, y había sido ingresado en uno de los hospitales de la ciudad donde le habían hecho un lavado de estomago y donde se encontraba, ya fuera de peligro.
Y la ciudad de destino no era otra que la que me había visto nacer, crecer y morir: Sevilla.
Eso fue lo que me dio el último empujón para aceptar, volver a ver mi ciudad, sus calles oscuras, su resplandeciente catedral, sus fuentes, sus palacios, los jardines, el río. Quería visitar mi tumba y la de mis hermanas, saber que había sido de ellas, cuando habían muerto y porque causa ya que al morir se me negó toda información de ellas.De este modo y con estos deseos más humanos que divinos me dirijí a cumplir la misión que marcaría mi eternidad como nada lo llegó a marcar en vida.
2 comentarios:
Hola, me gusta bastante como escribes, te ofrezco mi messenger me gustaría hablar contigo de un asunto relacionado con la literatura. Un beso. agregame si no te importa.
INTERCOLUMNIA@HOTMAIL.COM
Escribes muy bien, te felicito. Sigue así y llegaras lejos. Besitos
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